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Llegó el otoño y por todos lados se habla de cómo se acortan los días, así que no me voy a quedar atrás.

Para mí la naturaleza es una gran maestra y siempre entendí muy bien las metáforas inspiradas en los fenómenos naturales.  Mis pacientes me escuchan decir que hay que cuidar de nuestra relación de pareja igual que lo hacemos con un jardín y la metáfora de las condiciones de las plantas en la terraza y bla bla bla… puedo pegar un rollo de cuidado.

Resuelta a escribir sobre el poder soltar, busqué información sobre qué les pasa a las hojas de las plantas en otoño. Como hay menos luz solar las plantas no pueden realizar como antes la fotosíntesis (proceso que produce la clorofila, que les da el color verde). Como se detiene la producción de clorofila ya no tienen alimento y se debilitan. Ya no están verdes sino marrones. Han de caer, de soltarse de la rama y para ello colaboran la lluvia y el viento, dando este empujoncito final para que acabe el ciclo. La planta, como ya sabemos, no muere, sino que está menos activa, en mínimos, como si estuviera en modo reserva.

En nuestro estado de ánimo pasa algo similar a lo de las plantas. La cantidad de luz influye directamente en la segregación de melatonina y serotonina. Siempre recuerdo a mi profe de yoga que usa la expresión “invierno interior”. A mí me conecta con esa tristeza no tan intensa, sino más bien con el desasosiego… las pausas pesadas, el recluirse y estar hacia adentro. Es probable que nos encontremos cansados, con dificultades para concentrarnos, problemas para dormir y que veamos afectada nuestra productividad. Igual que las hojas de los árboles.

Aquí viene la propuesta: en lugar de acumular, liberarnos.

Si estás en estos días en medio de problemas o sufrimiento, te propongo que te plantees esta pregunta ¿Quién creo que soy en el trabajo, como madre/padre, amig@, herman@, en mi comunidad, con mis vecinos, o simplemente como conductor/a del coche? ¿Qué pasa si en la reunión de trabajo improvisada de la empresa soy la que menos habla, qué van a pensar de mí? ¿Qué pasa si no me gusto o estoy fuera de mi peso? ¿Qué pasa si soy de otro país y me siento sola? ¿Cuanto se supone de debo hablar para ser adecuada? ¿Cuanto se supone que tengo que pesar para poder quererme? ¿Debería o tengo derecho a sentirme sola?

Según la filosofía del mindfulness, si estamos demasiado aferradxs a una idea rígida de nosotrxs mismxs, aumentamos nuestro sufrimiento. Hay dos estados mentales crean la sensación del “yo”: una es la visión del yo y nos conecta con ciertos aspectos de la experiencia como “yo”, “mí”, o “mío”, me identifico mucho con mi historia, con mi experiencia y con lo que tengo. La otra, es la visión comparada que me mide todo el tiempo con los demás (acuérdate que la comparación es uno de los enemigos principales de la autoestima) y me evalúa como mejor, peor o igual.  Vamos creando una sensación del yo que nos hace identificamos con nuestro cuerpo, nuestra mente, nuestras creencias, nuestra situación de vida y nuestras emociones. Pero no es más que una falsa ilusión. No soy eso y solo eso en realidad. Sólo que a menudo se nos olvida.

 

¿Cómo se puede trabajar esto?

En terapia investigamos estos roles como la propia idea de identidad preguntándonos quiénes somos en realidad.  Un rol no es una identidad. Al cuestionarnos encontramos que estas capas rígidas de “yo soy una persona que…” que se parecen más a un escudo que a nuestra hermosa piel. Con el trabajo en terapia vemos que nos vamos flexibilizando, la identidad se va diluyendo y empezamos a fluir de una forma más orgánica y más natural. Vemos así como nuestra identificación con un sentido limitado del yo crea nuestro sufrimiento y cómo la flexibilidad nos aligera la carga y nos libera. Por eso proponía en el título de esta entrada, soltar para avanzar.

Cuando los días se acortan en octubre hay un aumento en las consultas de psicología. Se inician más procesos de psicoterapia en este mes que en cualquier otra época del año. Si crees que puedes necesitar ayuda y quieres trabajar conmigo no dudes en contactarme.